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lunes, 15 de junio de 2020

LENGUA Y LITERATURA TP5 SEXTO AÑO

TEMA: Intertextualidad. Cuento: Biografía de Tadeo Isidoro Cruz, poema.

ACTIVIDAD: 
1) Lean la teoría de Genette sobre intertextualidad, los temas recurrentes en los cuentos  de Borges, y por último  el cuento: “Biografía de Tadeo Isidoro cruz”.  Luego realicen las cuestiones planteadas. 

2) ¿Con que intención el autor eligió el siguiente epígrafe de Yeats: “estoy buscando el rostro que tenía antes de que el mundo se hiciera”? Relacionen dicha frase con el contenido del cuento para responder. 

3) De acuerdo a la teoría de Borges sobre el destino, expliquen y otorguen una interpretación al siguiente fragmento: “comprendió su destino de lobo, no de perro gregario”. 

4) Mencionen que similitudes y que diferencias pueden observarse en el mismo episodio relatado en el Martin Fierro y en el cuento (narrador, lenguaje, leva, etc.). Pueden trabajar con un cuadro comparativo. 

5) Según la teoría de Genette, de qué forma se manifiesta la intertextualidad en ambos textos (cuento y poema). 

6) Además del destino, hallaron en el cuento otros temas recurrentes que menciona Borges. Explicar y dar ejemplos. 

7) ¿De qué manera Borges crea verosimilitud en el cuento? 

LA INTERTEXTUALIDAD Es la relación de co-presencia entre dos o más textos; esto significa que en el hipertexto (texto B) aparece el hipotexto (texto A), por ejemplo: han leído el Martin Fierro, el cual es un hipotexto; a partir de esa lectura leerán otros cuentos y poemas (hipertexto) que harán referencia  a cualquier aspecto del Martin Fierro (temas, personajes, espacios, etc). Esta co-presencia puede manifestarse de las siguientes formas: 

Cita: es su forma más explícita y literal. Consiste en utilizar en un texto unas palabras o párrafos de otro texto del mismo autor o de otro autor, aclarando de quien es la cita y resaltando lo citado con otro tipo de letra o con comillas. 

Plagio: se toman palabras o párrafos sin indicar que le pertenecen a otro autor. En este caso, el lector es engañado por el autor. El plagio está penado por la ley. 

Alusión: estamos ante el mismo caso pero el autor de por supuesto que el lector conoce el hipotexto y comprenderá la alusión. Si el lector (o espectador) no posee el conocimiento del texto base, no se realiza la comprensión plena del mensaje del hipertexto. Este recurso es muy usado en la actualidad, en la literatura y en la publicidad así como en plástica y música. 

Fuente: Genette, Gerard. 

Jorge Luis Borges.  AlgunosTemas recurrentes en sus obras:
Son varios los temas abordados por este autor. Por ello, solo veremos algunos de los que se relacionan con el tema que vamos a tratar en esta 5ta actividad. Más adelante conoceremos las otras ideas del autor al respecto (el laberinto, los espejos, y concepciones filosóficas). 
EL DESTINO: este tema se presenta con varios enfoques filosóficos siendo los más comunes la idea del destino prefijado; la identificación de dos hombres que, por tener vidas similares forman uno solo (y por lo tanto un solo destino) y la visión del destino sudamericano, que pertenece a los relatos sobre el sur. Ya de por sí que un hombre encuentre su propio destino nos lleva al tema de la predestinación. Sin una predestinación, sin un camino marcado de antemano, nos sería imposible encontrarlo y asumirlo como si esto fuera lo que nos corresponde o nos ha sido reservado. Según Borges toda Sudamérica tendría un destino (ya fijado, concreto, ineludible) en común. En el cual se conjugan el culto al valor y al coraje que poseían. 
EL CORAJE: tema casi obsesivo en Borges y que muchas veces lo encontramos unido a su opuesto, el de la cobardía. LA MUERTE: vinculada muchas veces al tema del destino. 
EL TIEMPO: este tema lo utiliza en varios cuentos fantásticos. La detención súbita del tiempo, el tiempo real y la simultaneidad. Estos recursos son  utilizados para que el personaje pueda concluir algo de su pasado, percibir su presente de otra manera o mostrar varios futuros posibles. 

BIOGRAFIA DE TADEO ISIDORO CRUZ - Jorge Luis Borges

Cuento
I'm looking for the face I had before the world was made. Yeats: The winding stair.
El seis de febrero de 1829, los montoneros que, hostigados ya por Lavalle, marchaban desde el Sur para incorporarse a las divisiones de López, hicieron alto en una estancia cuyo nombre ignoraban, a tres o cuatro leguas del Pergamino; hacia el alba, uno de los hombres tuvo una pesadilla tenaz: en la penumbra del galpón, el confuso grito despertó a la mujer que dormía con él. Nadie sabe lo que soñó, pues al otro día, a las cuatro, los montoneros fueron desbaratados por la caballería de Suárez y la persecución duró nueve leguas, hasta los pajonales ya lóbregos, y el hombre pereció en una zanja, partido el cráneo por un sable de las guerras del Perú y del Brasil. La mujer se llamaba Isidora Cruz; el hijo que tuvo recibió el nombre de Tadeo Isidoro. Mi propósito no es repetir su historia. De los días y noches que la componen, sólo me interesa una noche; del resto no referiré sino lo indispensable para que esa noche se entienda. La aventura consta en un libro insigne; es decir, en un libro cuya materia puede ser todo para todos (1 Corintios 9:22), pues es capaz de casi inagotables repeticiones, versiones, perversiones. Quienes han comentado, y son muchos, la historia de Tadeo Isidoro, destacan el influjo de la llanura sobre su formación, pero gauchos idénticos a él nacieron y murieron en las selváticas riberas del Paraná y en las cuchillas orientales. Vivió, eso sí, en un mundo de barbarie monótona. Cuando, en 1874, murió de una viruela negra, no había visto jamás una montaña ni un pico de gas ni un molino. Tampoco una ciudad. En 1849, fue a Buenos Aires con una tropa del establecimiento de Francisco Xavier Acevedo; los troperos entraron en la ciudad para vaciar el cinto: Cruz, receloso, no salió de una fonda en el vecindario de los corrales. Pasó ahí muchos días, taciturno, durmiendo en la tierra, mateando, levantándose al alba y recogiéndose a la oración. Comprendió (más allá de las palabras y aun del entendimiento) que nada tenía que ver con él la ciudad. Uno de los peones, borracho, se burló de él. Cruz no le replicó, pero en las noches del regreso, junto al fogón, el otro menudeaba las burlas, y entonces Cruz (que antes no había demostrado rencor, ni siquiera disgusto) lo tendió de una puñalada Prófugo, hubo de guarecerse en un fachinal: noches después, el grito de un chajá le advirtió que lo había cercado la policía. Probó el cuchillo en una mata: poro que no le estorbaran en la de a pie, se quitó las espuelas. Prefirió pelear a entregarse. Fue herido en el antebrazo, en el hombro, en la mano izquierda; malhirió a los más bravos de la partida; cuando la sangre le corrió entre los dedos, peleó con más coraje que nunca; hacia el alba, mareado por la pérdida de sangre, lo desarmaron. El ejército, entonces, desem-peñaba una función penal; Cruz fue destinado a un fortín de la frontera Norte. Como soldado raso, participó en las guerras civiles; a veces combatió por su provincia natal, a veces en contra. El veintitrés de enero de 1856, en las Lagunas de Cardoso, fue uno de los treinta cristianos que, al mando del sargento mayor Eusebio Laprida, pelearon contra doscientos indios. En esa acción recibió una herida de lanza. En su oscura y valerosa historia abundan los hiatos. Hacia 1868 lo sabemos de nuevo en el Pergamino: casado o amancebado, padre de un hijo, dueño de una fracción de campo. En 1869 fue nombrado sargento de la policía rural. Había corregido el pasado; en aquel tiempo debió de considerarse feliz, aunque profundamente no lo era. (Lo esperaba, secreta en el porvenir, una lúcida noche fundamental: la noche en que por fin vio su propia cara, la noche que por fin oyó su nombre. Bien entendida, esa noche agota su historia; mejor dicho, un instante de esa noche, un acto de esa noche, porque los actos son nuestro símbolo.) Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es. Cuéntase que Alejandro de Macedonia vio reflejado su futuro de hierro en la fabulosa historia de Aquiles; Carlos XII de Suecia, en la de Alejandro. A Tadeo Isidoro Cruz, que no sabía leer, ese conocimiento no le fue revelado en un libro; se vio a sí mismo en un entrevero y un hombre. Los hechos ocurrieron así: En los últimos días del mes de junio de 1870, recibió la orden de apresar a un malevo, que debía dos muertes a la justicia. Era éste un desertor de las fuerzas que en la frontera Sur mandaba el coronel Benito Machado en una borrachera, había asesinado a un moreno en un lupanar; en otra, a un vecino del partido de Rojas; el informe agregaba que procedía de la Laguna Colorada. En este lugar, hacía cuarenta años, habíanse congregado los montoneros para la desventura que dio sus carne a los pájaros y a los perros; de ahí salió Manuel Mesa, que fue ejecutado en la plaza de la Victoria, mientras los tambores sonaban para que no se oyera su ira; de ahí, el desconocido que engendró a Cruz y que pereció en una zanja, partido el cráneo por un sable de las batallas del Perú y del Brasil. Cruz había olvidado el nombre del lugar; con leve pero inexplicable inquietud lo reconoció... El criminal, acosado por los soldados, urdió a caballo un largo laberinto de idas y de venidas; éstos, sin embargo lo acorralaron la noche del doce de julio. Se había guarecido en un pajonal. La tiniebla era casi indescifrable; Cruz y los suyos, cautelosos y a pie, avanzaron hacia las matas en cuya hondura trémula acechaba o dormía el hombre secreto. Gritó un chajá; Tadeo Isidoro Cruz tuvo la impresión de haber vivido ya ese momento. El criminal salió de la guarida para pelearlos. Cruz lo entrevió, terrible; la crecida melena y la barba gris parecían comerle la cara. Un motivo notorio me veda referir la pelea. Básteme recordar que el desertor malhirió o mató a varios de los hombres de Cruz. Este, mientras combatía en la oscuridad (mientras su cuerpo combatía en la oscuridad), empezó a comprender. Comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro. Comprendió que las jinetas y el uniforme ya lo estorbaban. Comprendió su íntimo destino de lobo, no de perro gregario; comprendió que el otro era él. Amanecía en la desaforada llanura; Cruz arrojó por tierra el quepis, gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra los soldados junto al desertor Martín Fierro.


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